La leyenda de Zafara

Hace mucho tiempo, al comenzar la primavera en pleno siglo XII, había muy cerca de la ciudad Zafra un hermoso palacio construido por los árabes.

 

Esta zona que hoy es el sur de Extremadura, estaba gobernada por glorioso guerrero AL-JARIK, quién levantó este suntuoso palacio, justo en lo más alto de la montaña para que majestuosamente vigile toda la ciudad.

 

Era un lugar hermoso, lleno de vegetación, riachuelos y parajes. El palacio tenía fuentes, jardines de muchas flores que le daban un bello colorido y la más rica decoración para alegrar la vida de los moradores y sus visitantes. Era la residencia de descanso de Al-Jarik y allí recibía a los más poderosos caballeros de la época.

 

Se decía que había un pasadizo secreto que conducía el palacio con el centro de la ciudad, allí estaba el Palacio de Gobierno. El pasadizo era grandioso, extendiendose a lo largo de kilómetros, en él se podía ir a caballo o incluso con carruaje. El gran túnel estaba custodiado por fuertes guerreros del ejército árabe, además lo iluminaban antorchas que deslumbraban a cualquiera que pasara por allí.

 

Al-Jarik tenía una hija muy hermosa, llamada ZAFARA, aunque era muy joven su padre, la quería desposar con AL-BAKRÍ, el más famoso guerrero que residía en Córdoba. Además en una de las visitas del guerrero cordobés se enamoró profundamente la hermosa joven.

Al-Jarik, pensó que el matrimonio que pretendía le traería muchos beneficios ya que la fortuna de Al-Bakrí era inmensa, pero Zafara no pensaba en la fortuna porque no le atraían ni el oro ni las joyas, lo único que le hacía feliz era la lectura de los libros que tenía en la biblioteca del palacio y contemplar la naturaleza. Cuando no estaba leyendo, daba largos paseos por los alrededores del palacio. Iba a la cercana ribera para contemplar sus peces, tortugas y ranas. Cogía flores y junco haciendo preciosos adornos.

 

La muchacha sabía las intenciones de su padre con respecto a Al-Bakrí, pero aunque era una hija buena y obediente, le ponía triste esa idea. Al cabo del tiempo, Al-Jarik le comunicó a Zafara que debía de prepararse para la boda ya que un emisario le anunció que el guerrero se dirigía con su séquito para cumplir la ceremonia.

 

Zafara al escuchar la noticia se fue a sus aposentos y comenzó a llorar amargamente. Mientras su padre ordenó a sus siervos a engalanar el palacio y preparar una fiesta de bienvenida.

 

Cuando terminaron de adornar todo, Al-jarik ordenó que vistieran a Zafara con preciosas seda ya que sería el vestido de boda.

El criado encargado de hacer esta tarea regresó de la habitación de Zafara diciendo que no podía entrar después de llamarla varias veces. Al-jarik se acercó personalmente para comprobarlo y efectivamente, Zafara no contestaba y la puerta estaba atrancada. Llamó a dos guardias para forzar la puerta. Al abrir, su padre vió lo nunca hubiera deseado, la preciosa joven yacía en el suelo de cara a la ventana que daba al jardín. Tenía en sus manos unos frescos juntos de la cercana ribera y su rostro estaba húmedo, e incluso el suelo parecía estar mojado, pero no de agua porque Al-Jarik tras intentar reanimar a su hija comprobó que aquella humedad eran las lágrimas que había derramado, había muerto de la profunda tristeza que le produjo esa boda impuesta.

 

Al-Jarik recogía minuciosamente las gotas que quedaban en el bello rostro de la muchacha. Se mezclaban con las suyas porque no era capaz de evitar llorar mientras llevaba a Zafara en sus brazos. La amargura no dejaría en paz al gobernador ya que creía que cuando alguien moría de tristeza su espirítu vagaba eternamente como alma en pena por los lugares donde más feliz había vivido.

Mientras Al-Jarik prepara el funeral de su hija, un emisario de Al-Bakrí llegó a su palacio, dando la noticia que el guerrero había muerto a poca distancia de la ciudad. Todo ocurrió mientras se daba un baño en el río y los demás al ver que tardaba en salir del agua lo observaron, atrapado a unos juncos de la orilla, pero ahogado. Nadie lo se explicaba como le puedo ocurrir eso, pero lo cierto es que Al-Bakrí murió cerca de Zafra.

 

Este infortunio fue muy comentado y llorado en todo el territorio musulmán de Zafra a Córdoba, de Sevilla a Granada. Al-Jarik decidió enterrarlos cerca del palacio, a orillas de la ribera, entre juncos, erigiendo en su honor un mausoleo con un epitafio donde se podía leer:

Aquí yace Zafara, bella hija del noble Al-Jarik

que amaba la ribera y los juncos

cuya alma vaga por estos lugares

y el valeroso guerrero Al-Bakrí que amando

a Zafara, entre la ribera y los juncos expiró.

Allah ak-abar.

 

Con el paso del tiempo el palacio fue desapeciendo poco a poco hasta quedar en ruinas, hay algunas cuevas que se suponen que son los pasadizos hacia la ciudad, pero aún permanece la ribera  y los juncos donde a veces se percibe el espíritu de Zafara.

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